Por si te olvidas de ti

Quizá sea el texto más visceral, más personal y más desgarrador de esta cuenta, no obstante, alguna vez teníamos que tocar fondo, y ese momento ha llegado, así que, quiero contártelo. Así, desde el fondo de mi “pozo” (En adelante llamaré así al lugar emocional en el que me encuentro) os escribo “Por si te olvidas de ti”

Por honestidad os diré que este texto nace como un claro recordatorio, a mi yo del futuro, pero también al de cualquiera que lo esté leyendo, puesto que, desde el pozo, apenas tenemos una vista hacia arriba, y es, justamente, la de la salida. Ojalá mis letras reflejen también el camino de otras personas y que a través de nuestra historia podamos de nuevo recorrerla juntos emocionalmente.

Aquí hablaré del dolor, trataré de operar a corazón abierto mi duelo, rebuscaré en los entresijos de este terrorífico sentimiento, para dar luz a rincones que permanecían oscuros. Para que, si nos volvemos a encontrar, ya conozcamos el camino y, sobre todo, para que no cometamos el injusto error de creer que esta vez, hemos caído más abajo, hemos descubierto un nuevo nivel en el pozo o estamos sintiendo los peores síntomas, aunque en mi caso, esta vez, parece ser lo que ha sucedido.

Así pues, por si te olvidas de ti, de tu historia y de tu camino recorrido, esta quiero que sea la hoja de ruta, que te permita valorar de manera justa, cómo nos hemos sentido. Hablo en plural porque es posible que hable en primera, segunda y tercera persona dependiendo del momento al que refiera mi comentario, así que como hablaremos de las últimas 243 horas de manera oficial y unas cuantas más extraoficialmente, espero no liarte mucho en los tiempos.

El impacto que se produjo en la despedida, cuando realmente, no sólo no lo esperas, sino que tampoco es lo que deseas, es algo indescriptible. En mi causó un devastador vacío, como el socavón que deja una montaña de dinamita tras explotar, miraba a la pantalla desconcertado, roto, hundido, solté el teléfono y volví a cogerlo sin que hubiera casi tocado la tela del sofá, porque no daba crédito a lo que estaba leyendo, no entendía nada, no quería entenderlo, rompí a llorar desconsolado, en el suelo, a dar vueltas sin control, a tirarme incluso de los pelos literalmente como si eso, ayudara en algo a sentirme mejor, y la verdad es que nada, absolutamente nada lo logró. Me pedías que te entendiera, te respetara y te dejara ser, entenderte no lo logré en ese momento, el resto lo cumplí con creces aun desgarrándome por dentro, como siempre quise hacer, te dejé ser. Desde ese preciso instante conocí una parte del pozo que nunca había visto, una de la que había hablado mucho, algunas personas aún se sorprenden de haberme visto así, claro, no es fácil ver a alguien que sabe mucha teoría sobre la ansiedad, experimentándola por primera vez, de manera continuada. Investigué más, para conocerme, y descubrí que el dolor que siento en mi estómago desde ese día y que me impide incluso comer, es responsabilidad de un grupo de neuronas que recubren el estómago, que son las actrices secundarias de mis momentos más bonitos de esta historia, pero también de estos tan complejos.

Quiero ser honesto conmigo, y lo más duro del proceso, es seguir día tras día teniendo sentimientos muy fuertes, de hecho, el otro día me preguntaban ¿Volverías con ella? Mi respuesta inmediata, fue: “Sin ninguna duda”. Ahí, en no tener ninguna duda es donde mi dolor se hizo más fuerte, donde las preguntas me abrumaron y donde me di cuenta de que seguía allí, en aquel lugar oscuro, no más abajo, pero si aún allí, un lugar en el que, sucedió todo lo que te contaré, y te lo cuento, por si te olvidas de ti, allí:

Te viste leyendo y releyendo la última conversación tratando de detectar dónde estaba el verdadero problema, dónde estaba lo que había hecho mal, cuantos te quiero había dicho de más. Te viste consultando si estaba en línea, deseando con una parte muy irracional que te escribiera, cosa que por supuesto no iba a suceder. Maldijiste tu vida, releyendo el texto tan sincero y con tanto amor que tan solo 36 horas antes le habías enviado, declarándole que ibas a luchar por ella, que irías contra viento y marea, que, si el destino estaba escrito, y no estabais en él, tú te ibas a pelear con ese destino. Si, estabas por primera vez en la vida dispuesto a plantarle cara al destino y a las diferencias, a cambiar cada minúscula cosa por pequeña o indiferente que pudiera parecerte para mejorar el camino a su lado, para tener proyección de futuro y para continuar la historia en el punto y seguido en el que la habíais dejado. Te has visto mirándola de reojo cada vez que habéis coincidido y te has imaginado, cerrando los ojos, como sería volver a abrazarla y decirle te quiero al oído, disfrutar de esos abrazos que eran hogar. Te has visto rezando a dioses en los que no crees y pidiendo a los abuelos que te den fuerza, que te quiten este dolor. Te has visto cruzando un montón de miradas y pensando si te echara tan sólo un poco de menos, si lo que vivisteis aún permanece en su cabeza. Te viste preguntándote si tendría dudas de su decisión, si en algún momento retrocedería e intentaría dejarse querer de la forma en la que ella quería que la quisieran, y no fue así. Te viste buscando su coche en la carretera, esperando cruzártela, y viendo cómo se aceleraba tan fuerte tu corazón con cada coche del mismo color. Te has visto sólo y acompañado, te has visto llorando roto de dolor solo y acompañado también. Te has visto recogiendo pedazos de los sentimientos que aún albergabas por ella. Te has visto siendo tremendamente celoso como si te debiera algún tipo de luto, te has quebrado imaginándola en brazos de otro que no seas tú, en el mismo lugar donde creías que ambos eran inmensamente felices, y al parecer no. Y en cada rincón que incluso juntos construyeron, pero no dio tiempo de disfrutar. Te has reconocido muy débil, muy vulnerable, muy manejable. Te has visto perdiendo el control, llorando en lugares que no querías y saliendo desorientado buscando una paz que nada ni nadie logró otorgarte. Te has visto sin valorar éxitos personales ni momentos felices porque claro, tú estabas sufriendo y no podías permitirte de nuevo brillar, no era el momento de hacerlo, porque una parte de ti, se quedó allí con ella, una parte de ti que no dependía de ella, una parte de ti que anhelaba su compañía, porque estabas tremendamente enamorado de ella, con el amor romántico más sincero que se puede sentir por alguien, un amor que pretendía dejarla volar y ser quien quisiera ser y sólo acompañarla en ese bonito viaje llamado vida. Te has visto echando tanto de menos a 2 peludos que te robaron el corazón y que te adoptaron ellos a tí en su familia, que te permitieron entrar para que los quisieras y los cuidaras tan bien como ellos hacían contigo, sin dejarte atrás, sin separarse de ti. Te ves sin parar de llorar mientras te regalas este momento de terapia a lágrima viva de aceptación, lágrimas de agradecimiento hacia haber sentido todo lo bonito que has sentido, agradecimiento hacia lo que hizo para que te enamoraras así de ella, porque no sólo fueron las 55 razones que le escribiste y las otras muchas que se te olvidaron y te has dedicado a recordarte, ya lo decía el abuelo, es de biennacido ser agradecido, y de eso nosotros sabemos un rato. Porque aún desde el dolor solo podemos mirarla con un sentimiento de ternura y agradecimiento al alcance de pocas cosas en la vida.

Y ahora sí voy cerrando este viaje, esta lección de vida, a la que recurrir si alguna vez volvemos a caer en el pozo, si alguna vez volvemos aquí, ya sabremos cómo lo vivimos la última vez y espero, que eso nos ayude a mirar al futuro a las alas, al presente a los ojos y al pasado a la espalda. Porque los seres humanos somos mucho más que nuestras circunstancias, porque tú y yo somos y seremos, lo que nos dé la gana de ser.

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