Por todos es bien sabido que las mudanzas son un rollo de categoría mundial, que si, que a veces hay hasta ilusión por nuevos proyectos, por nuevas vivencias y por lo que venga por descubrir. Pero empaquetar y organizar tu vida en unas cuantas cajas no es del gusto de nadie, y mucho menos cuando debes deshacerte de buena parte de tus pertenencias porque no te caben, porque ya no te valen, o simplemente porque no te las quieres llevar.
Pero este texto no va de muebles o de sofás que no caben en la furgoneta más barata que encontraste, este texto va de mudarse emocionalmente, de meter en cajas sentimientos abstractos cuya forma ni tamaño a veces conoces, lo que dificulta la tarea significativamente, así que mudémonos juntos a otro lugar.
Porque mudarse emocionalmente es algo que me imagino en 3 fases, y de algún modo he tratado de reflejarlas a continuación.
En la primera fase, dada la intensidad corres a buscar un montón de cajas de estas grandes de cartón en las que viene el azúcar en Mercadona, porque claro, desconoces todo lo que te tienes que llevar. Recoger a pedazos es algo que no se puede calcular. Pero te toca recoger tu amor roto, tus porqués, tus mejores deseos, tus buenas intenciones y todas las veces que dijiste la verdad. Recoges también los trozos de los viajes planeados, de los regalos no disfrutados y de esa copa de vino que os faltó por brindar, recoges los muchos te quiero que te faltaron por mandar, y también recoges aquellos dijiste de más, recoges todas esas dudas de lo que fue mal y apagas las velas que alumbraban aquel bonito lugar, aquel al que llamabas hogar. Recoges el poco amor propio que te dedicaste a cultivar y trozos de ilusión que no pudiste sembrar. Ve, corre y busca la fregona que esto solo no se va a secar.
Hay una segunda, en la que ahora toca cargar, y no veas como pesa, pero has de sumar todo aquello con lo que no contabas, ahora también toca pensar. Y transportas lo que sientes a otro lugar, probablemente tengas el coche afuera, y sabes que no cabrá, pero bueno, con paciencia todo se vendrá. Porque los pensamientos no necesitan en realidad ningún lugar, te persiguen sin preguntar. Ahora transportas tu rabia, ahora te arrepientes de lo que hiciste de más, te sientes estúpido y tienes esa lucha interna de ser y dejarte ser, porque madre mía cuanta dificultad. Y es que amar es brillar, y cuando desamas te apagas un poco más, pero ojo, es temporal. Sigue arrastrando tus miedos
a que no quisiera más y no escuches a quien te diga que volverá, porque sabes bien que no solo no lo hará, sino que ya, para entonces, tú no estarás.
Y por último toca desempaquetar, al principio no querrás ni oír hablar. No quieres ver ni las cajas, ni los regalos, ni los recuerdos, nada más. Corres al trastero emocional a echarle una manta vieja por encima de estas que usabas para pintar. Y lo tapas todo muy bien, echas el cerrojo a tus murallas, te aíslas y te dejas cuidar, por que sólo quizá llegues más rápido a donde presuntamente debías estar, pero acompañado llegarás lo lejos que ni siquiera fuiste capaz de imaginar.
Así que cuídate bien, permítete poco a poco desembalar. Tira todo aquello que no quieras conservar, ríe con los recuerdos felices y cultiva en tu huerto emocional los brotes verdes de la felicidad tan plena que lograste alcanzar, porque esa es la meta de verdad. Amar es un regalo que nos brinda nuestra existencia. Porque volveremos a vibrar, aún a sabiendas de que tal vez en el futuro tengas una nueva mudanza emocional, pero espero que esta vez sea una en la que desees nuevamente brillar. No conviene odiar, no conviene detestar, la clave siempre es amar, incluso para dejar marchar.
Permítete fallar, permítete llorar, lo mejor, te aseguro, está por llegar.
