Hoy vengo a hablarte de algo que repito mucho en mi día a día, algo de lo que hago partícipes a los que conforman mi círculo íntimo y, de vez en cuando, al no tan íntimo. A lo largo de mi vida, he escogido lugares que tenían un potente significado para mí, lugares a los que huir cuando mis barreras emocionales caían al ritmo que se precipita una ficha de dominó con el empuje de la anterior. Elegí miradores, elegí árboles, elegí bancos en medio de la calle, mientras observaba como un artista emergente trataba de hacerse hueco y captar la atención de los demás. Y allí estaba yo, huyendo sin que nadie lo supiera, con la sensación de que todos observaban como ardían mis cimientos, aquellos que tanto tiempo me había costado construir.
Elegí aquel rincón detrás de la cama, el más alejado de la entrada y me sentía protegido, en el poquito espacio que separaban mis rodillas de mi pecho en esa bolita que me gustaba hacer para no ceder, ante el dolor de lo que fuera que me estuviera pasando.
Elegí la oscuridad mientras cerraba fuerte los ojos para ni siquiera ver la luz que atravesaba mis párpados hinchados y enrojecidos de tanto llorar.
Elegí una canción lenta que me permitía llorar, porque el ritmo que marcaba me hacía observar como las lágrimas recorrían mis mejillas, antes de desaparecer en aquel suéter azul de punto que abuela me había regalado.
Elegí en quinto banco de la iglesia y me llené de fe en los momentos más oscuros de mi ser, mientras observaba a media vista como otros, habían elegido también aquel lugar para estar en paz, y para servir de conexión consigo mismos y con un dios que probablemente nunca llegarían a conocer.
La primera vez que elegí a una persona como lugar seguro, es posiblemente en la carta de despedida que te escribí en mi dieciocho cumpleaños abuelo, recordándote la falta que me hacías allí.
Hoy elijo contarte esto, porque todos los lugares seguros que he tenido a lo largo de mi vida, han ido dando paso a quien soy, todos han servido de ayuda, de arrope, e incluso de dirección. No obstante mis lugares seguros hoy, son personas.
Son esas personas que sabes que están, que te apoyan, que te admiran por quien eres con ellos y por el cariño, mimo y respeto que les has demostrado. Mi lugar seguro lo crean ellos, con sus intentos de hacerme sonreír cuando ni siquiera yo sé que lo necesito. Son ellos los que me abrazan y me permiten llorar en sus manos, los que me sostienen y me recuerdan que me quieren y que van a estar ahí. Son los que me dicen que probablemente todo salga bien, y si no fuera así, que vamos a pasarlo juntos, porque mi lugar seguro es saber que te tengo a ti, cuando no me encuentro a mi, en medio del ruido.
Gracias a ti, por ser, mi lugar seguro.
