La luz del sol amenazaba ya con esconderse al final de la tarde. Yo alargaba ese momento en entre el vaho del ventanal del balcón acumulado por el tiempo que llevaba ya ante él. Había sido de esas tardes frías que recuerdan a invierno, de las que coger una manta y usar calcetines altos es ley. Desde el sofá un rato antes, giraba el cuello porque el tintineo de las gotas en la barandilla había captado mi atención otra vez. Era inevitable perderse como la niebla iba apoderándose también de la poca luz que alcanzaba a ver, y yo, disfrutando, invirtiendo más de 10 minutos solo ante el sonido y aquel efímero espectáculo de la naturaleza.
Me senté, con la luz tenue para apagar un poco la vista y permitirme sentir. Para disfrutar de aquella vela con aroma a canela, que me recordaba al arroz con leche de abuela. Y me produjo cierta nostalgia, porque ya ni el arroz ni la leche saben igual que aquel, por mucha cáscara de limón y fuego lento que incluyera, un algo de la receta se perdió contigo, lo sé.
Era un momento de estos en los que tratas de meditar y te das cuenta de la autopista incesante de pensamientos que tienes ahí arriba. Me sentía frustrado porque mi respiración era incapaz de apagar el ruido aquel. Pero no sé cómo , lo logré. Me propuse practicar un deporte extinto, escucharme, y me escuché.
“Te recordé, recordé tu suave olor a sal y por un momento pude observarte entre las rendijas de mi memoria fotográfica. Te vi, y entonces te recordé como eras incapaz de sostenerme la mirada, agachabas la cabeza sonriendo con esa mueca característica mordiendo tus labios. Recordé como acariciabas mi brazo con mimo y como dibujabas interminables formas con las uñas y cuyo lienzo era mi piel. Acababas por apretarme fuerte la mano emitiendo ese característico sonido que demostraba, que el amor que sentías iba más allá de los límites de tu cuerpo. Aún percibo esa sensación de querer morder (te).
Nostalgia, de tus abrazos en los que me quedaba a vivir, de mi cabeza apoyada en tu frente, de tu olor y tu respiración lenta, de mirarte desde lejos disfrutando (te). Fue entonces cuando recordé los celos que sentía de que ya tus carcajadas no eran por mí. Me vi yo, en tercera persona con las cadenas del pasado, viendo como habías volado libre y yo permanecía allí, en el mismo lugar, con la misma ropa, esperando (te).
El miedo se había apoderado de mí, de mis tardes, de mis noches, e incluso del ritmo de mi corazón al latir. Viví pensando (te) cada segundo de cada día que pasé sin ti. Ojalá estuvieras aquí, ojalá yo estuviera ahí.”
Mi conversación conmigo había llegado a su fin, la vela estaba por consumirse y yo seguía allí sentado, en el mismo sofá, a oscuras. Me levanté, recorrí el pasillo que separa el sofá de mi dormitorio. Levanté el nórdico y las sábanas vacías. Me acosté.
Buenas noches para ti también.
