Viajaba con mi moto por una carretera secundaria del municipio en el que vivo. Era de esas mañanas en las que vas con la visera abierta del casco para disfrutar del aire fresco y de los primeros rayos de sol, de una primavera que va avisando ser calurosa. De pronto, una pequeña mariposa blanca, de esas comunes que vemos en Tenerife cada vez menos, por culpa de nuestro paso por la historia, y, del desinterés que constantemente mostramos hacia lo demás.
Volaba planeando y dando pequeños aleteos breves que la mantuvieran en un planeo que para mí, que estaba allí, en aquel momento, me pareció una obra de arte. Sin darme cuenta alejaba la vista de la carretera, tras ella, viendo como lentamente se perdía entre los pocos árboles que aún quedan en la urbe que hemos construido. Pero mi camino continuaba y aún me separaba algún kilómetro de casa. He de confesar que todo el recorrido seguía pensando en aquel pequeño insecto que siempre me pasaba inadvertido, por un segundo, reflexioné las tantísimas veces que alguna maravilla así había cruzado antes mis ojos, y yo, ni siquiera me había percatado. Me sentí el producto de saldo de una fábrica de vidas iguales comercializadas en televisión, y en redes, por aquellos quienes verdaderamente mueven los hilos.
De sobra es sabido, que solo creo en aquello que con esfuerzo la ciencia demuestra, y no es que lo celebre, no me malinterpretes, de hecho, creo ciegamente que con fe se vive muchas veces mejor, y, desde luego, más tranquilo.
Las casualidades existen y ese día fue una bendita casualidad, al llegar a casa, recorrí el pasillo hasta ver la gran cristalera que separa el salón del exterior. A primera hora de la mañana la dejé abierta tras recoger algo de ropa del balcón y allí estaba, nunca, en 5 años, había entrado alguna a casa, esa mañana, una segunda mariposa majestuosa revoloteaba al borde del cristal. Eran una mariposa monarca, no era grande, debía ser de sus primeras expediciones en solitario. Me tomé un minuto para observarla, no podía ser que por segunda vez en el día yo estuviera desconectando de mi realidad para simplemente observar, había perdido todo contacto mental con mi historia, disfrutaba de un momento efímero que parecía que había llamado a mi puerta en el momento correcto. Pronto alterné la posición de la cristalera para permitirle volar libre y vi como se alejaba como la primera, lentamente, como si el tiempo por ella no pasara, y eso que su vida dura, lo que nuestros meses en terminar, bendita libertad.
Y aunque este texto, parece más una clase de conocimiento del medio de la escuela primaria, esconde el mensaje que yo tuve la oportunidad de rescatar, desde lo mas profundo de mi, y es algo que quiero repetirme y repetirte sin cesar.
Aquellas 2 pequeñas voladoras me recordaron la importancia de estar. Aquí y ahora, de cuerpo y sobretodo de mente presente, de observar, de no dejar pasar, de cuidar de aquellos a quienes quiero, de brindarles tiempo, por efímero que sea pero de calidad. Estar en el presente significa observar, no mirar. Significa ver donde los demás ni siquiera quieren parar, y escuchar, que no es lo mismo que oír, es como oír, pero de verdad.
Hay pocas cosas a las que aspire en la vida más importantes que “estar” aquí y ahora conmigo, contigo, y en estas letras, pero en definitiva ESTAR.
Gracias mariposa, por recordarme lo verdaderamente importante de mi existencia. Bendita seas de verdad
¿Y tú? ¿Estás presente a menudo? Házmelo saber en comentarios
